Los buenos días.
sábado, 1 de septiembre de 2012
sábado, 10 de marzo de 2012
Magdalenas nocturnas. |
MAGDALENAS INTEGRALES CON PEPITAS DE CHOCOLATE
INGREDIENTES
- Media tableta de chocolate postres Nestlé
- 5 huevos
- Una taza y cuarto* de harina integral
- 4 cucharadas soperas rasas de fructosa
- 1 cucharadita colmada de levadura
- 50 gr de mantequilla
* (taza = 250ml)
1) Batimos los huevos con la fructosa hasta que salga espuma
2) Fundimos la mantequilla en un vaso en el microondas, a temperatura
media durante 1 minuto, añadimos y mezclamos
3) Echamos la harina poco a poco y vamos batiendo la mezcla hasta que no
queden grumos
4) Trituramos el chocolate, lo echamos en la masa, y mezclamos
5) Añadimos la levadura
Dejamos reposar la mezcla unos 10 minutos, mientras precalentamos el
horno a 200 grados.
Colocamos los moldes (4 cm de diámetro, papel) en la
bandeja de horno y los llenamos de la masa hasta la mitad. Introducimos la
bandeja en el horno a altura media y dejamos que se cuezan a 150-160 grados,
por arriba y por abajo, durante 20 minutos.
domingo, 4 de marzo de 2012
sábado, 3 de marzo de 2012
lunes, 27 de febrero de 2012
El tirador de la puerta se escurrió de sus manos. Una diáfana y fresca
espiral de atmósfera húmeda la envolvió. Posó el pie descalzo sobre la tercera
baldosa más fría de la terraza, pero ni siquiera sentir la piedra glacial
encadenándose a su desnudez logró provocarle un escalofrío. Colocó con lentitud
la manta que llegaba a sus rodillas, la cual comenzaba a escurrirse por su
hombro derecho, y continuó caminando hasta la barandilla desde la que podía ver
todas las luces de su ciudad. A pesar de ello, no dirigió sus pupilas a la
tierra: las alzó al firmamento. La bóveda celeste le correspondió con la imagen
más alabastrina de todas las que ofrecía en su catálogo: Tan simple como la
totalidad de las estrellas visibles, diáfanas, mostrándose en todo su humilde y
aparentemente sencillo esplendor. Permaneció observándolas, inmóvil, mientras
los satélites irisados tililaban, emitiendo un fulgor níveo. Decidió dejar caer
la tela. Se sentía ajena al delirio engañoso
que se insinuaba entre las bombillas que hacían resbalar viejos rayos
amarillentos por la piel de su espalda; el asco hacia lo artificial estaba
arraigado en su indescifrable ser como un
filo atravesando cristal helado. No trató de delimitar constelaciones,
de distorsionar la intrincada visión con finas líneas que sabía, no habían sido
creadas a través del universo para alterar la gloria solitaria de los astros.
La conexión entre los copos incandescentes es irreal, vana, engañosa. Creó
mentalmente, sin embargo, grabados
intangibles en el cosmos al azar, y disfrutó permutándolos a su antojo;
era una niña que adornaba con rubíes el recuerdo de las pasiones que expiraron
en cada bocanada de aire vidrioso de su existencia. Separada por una frontera
de millones de micras del espacio opaco que se adivinaba tras ella.
Sobre el pomo, un ápice de fluido escarlata
derramándose en latidos hacia el azulejo anteriormente inmaculado del salón.
El albor de sus dedos, manchados con el mismo tinte.
Surgiendo más allá del límite del sofá, una mano languidece en postura
animal. Se apergamina, se arruga, exprime el preciado líquido carmín hacia la
piel abierta en el pecho; muralla maternal inquebrantable; fuente de vida,
sustento y armonía, distorsionada y transmutada en torrente sanguinolento.
Cuatro cuerpos más se intuyen anquilosados en una descuidada ciénaga
rojiza, inocente alfombra convertida en espejo encarnado.
Segundos gélidos, invadiendo centímetro a centímetro la preciada sala
hasta agotar cada memoria de juegos infantiles: Criaturas construyendo
castillos velados, escondidas bajo la mesa, gatean salpicando agua bermellón,
deshaciéndose, difuminándose. Subliman
el fingido bienestar padecido durante años, se desvanecen. Sólo queda
pureza, silencio nítido. El sabor del éter.
La esfinge paralizada en el resplandor nocturno percibió una sombra
torpe, que se situó bajo el preciso punto del patio al que se dirigía su
cabello agitado por la brisa.
- ¿Pasa algo, bonita? Escuché ruidos extraños en tu casa hoy.
A desgana, descendió la barbilla y clavó sus ojos en el apagado
espejismo.
- No se preocupe, ya está todo bien. Sólo fueron pequeños desencuentros.
Ya sabe, cosas de familia.
La discontinuidad desaparece, su paisaje vuelve a quedar de un uniforme
y suave ébano. Súbitamente las farolas de la urbe se extinguen, el fulgor que
provenía del interior del edificio se sofoca, y el mundo sucumbe al destello de
los asteroides.
Ella vuelve a observar el cosmos.
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